Por ENRIQUE ANTILEO BAEZA*

Conocí a Claudio hace unos diez años aproximadamente en unos talleres de historia mapuche que dicté mientras participaba en la organización Meli Wixan Mapu. Desde ahí nos hemos hecho amigos entrañables y hoy es para mí un honor prologar el texto que tienen en sus manos, publicado por Pehuén Editores en la colección Pensamiento Mapuche. En aquel entonces Claudio tenía ya una íntima relación con las letras, de hecho, había ganado un premio de poesía bastante importante. Literatura, historia, estética han sido parte fundamental de la prosa de Claudio Alvarado hasta el presente.

Mapurbekistán es una obra multidimensional y transdisciplinar. Multidimensional porque aborda la historia mapuche de la migración postreduccional desde facetas heterogéneas. Transdisciplinar porque no se amarra a ninguna corriente, sino que compone un mosaico de aportes teóricos de distinta procedencia que construyen y sustentan la propuesta analítica. Así nos encontramos con las historias mapuche en Santiago de Chile en planos diferentes y superpuestos. La ciudad —la propia y la ajena—, el territorio y los cuerpos, se entremezclan para hacernos viajar por el tiempo, por la literatura, la visualidad y la teatralidad. El punto de conexión: las vidas mapuche en la capital del reino, el habitar y el ser de un pueblo. Digamos que con un siglo de migraciones mapuche a cuestas, todo lo que envuelve el mundo mapuche de Santiago es vasto, diverso y difícil de resumir. Abundan experiencias, testimonios, memorias, archivos, organización política, expresión artística. La prosa de Claudio se introduce por algunas de estas sinuosidades para entregarnos un libro que navega por las tensiones, por los dilemas, por las preguntas sin respuestas, cruzando diferentes campos teóricos sin remilgos ni pudores.

Se agradece, por otro lado, el enorme trabajo conceptual desarrollado justo en el terreno donde la nociones y definiciones se discuten, se rebaten y se conforman nuevamente al calor de elementos emergentes. A nivel de los estudios urbanos, el libro aporta una tremenda discusión sobre qué es la ciudad y el lugar de las vidas mapuche en esa reyerta. Segregación, racismo, habitar, vivir y disputar la urbe, se mezclan como referencias para pensar la espacialidad y también el lugar de los cuerpos y las experiencias en la urbe. La ciudad patricia coextiendo con la ciudad plebeya, pero también con la ciudad india, son las presencias que traman la obra que está en sus manos.

Pero también recorremos aquellos pensamientos que se han robustecido en las experiencias mapuche santiaguinas o de grandes centros urbanos. Son ideas que hemos venido leyendo, escuchando, pensando y que nos interpelan como personas que hemos vivenciado este pedazo de historia mapuche. Claudio nos lleva nuevamente al concepto de diáspora o al de mapuche urbano, a sus recovecos, a sus consistencias e inconsistencias, pero al mismo tiempo se sitúa entre los campos de posibilidades que se esgrimen desde la idea de wariache o de mapurbe. El primero, un recurso construido desde el mapuzugun para caracterizar a quienes viven en ciudades, se erige como una identidad territorial contemporánea según nos plantea el autor; el segundo, es más bien un devenir o una posibilidad de redefinir la experiencia urbana como una cuestión particular en la vida mapuche. Lo interesante es que toda la discusión toma como base la profundidad del pensamiento mapuche contemporáneo que ha logrado producir ideas que rasgan la identidad y la reconocen como una dimensión volátil y abierta.

¿Qué es Mapurbekistán entonces? He aquí la pregunta más compleja que enfrento al leer este poderoso libro. A mi juicio, más que un juego de palabras, creo que ante todo es una propuesta de imaginación.

El título alude al sufijo en que se nombran algunos países de Asia Central y que significa “lugar de” o “territorio de” ¿De quién? De las y los mapurbe tan bien descritos en la poética de David Aniñir. Sería, en principio, un territorio en tensión, una denominación imaginaria pero real, hecha carne en la experiencia de habitar aquel pueblo grande de wingkas. Es un país inexistente —que pocos se atreverían a mencionar para no debilitar las aspiraciones y utopías políticas—; es un país que se sedimenta en lo vivido, en la memoria de llegar y residir, de asentarse y el dilema volver/no volver, un país compartido con otras y otros que hicieron el trayecto o que nacieron en estas latitudes, cuyas historias se tocan y se encuentran.

Si bien esta interrogante no queda resuelta en el libro, nos deja pensando en ese país del devenir mapurbe, buscando realzar, dignificar y empoderar lo que les ha tocado vivir a 3, 4 o 5 generaciones de migrantes mapuche y sus familias que se quedaron lejos de los mapu de donde vinieron sus abuelas y abuelos. Dignificar para no ser nunca más ninguneados por quienes se dicen nuestros hermanos; empoderar para seguir pensándonos pueblo. Quizás habita en Mapurbekistán una profunda interpelación a nuestro pueblo sobre el futuro, cómo nos vemos y relacionamos en las complejas realidades que nos toca morar.

El libro de Claudio Alvarado Lincopi se inscribe con justicia en una trayectoria de reflexiones sobre la migración, la ciudad y la diáspora mapuche que se inicia en los años treinta con los primeros textos de migrantes mapuche en Santiago de Chile. El libro viene a estremecer conceptos, visiones y discusiones identitarias. Esa larga genealogía vuelve a ubicarse en la prosa de Mapurbekistán porque efectivamente las vidas mapuches diaspóricas abren y reabren bifurcaciones para pensar la pluralidad de historias mapuche. Al final, estamos hechos de bifurcaciones, de círculos, de idas y vueltas, y no de las líneas nítidas de una secuencia cronológica.

Las interrogantes quedan instaladas porque estamos ante una obra que invita a pensar aperturas, un trabajo que insta a remirar el pasado, pero sobre todo que aspira a comprendernos sin el lente folclorizante, sin la maqueta étnica que nos legó el multiculturalismo y que tan bien repetimos, y también sin el desdén antropológico que nos despoja de todo por pecar de impuros. Comprendernos con múltiples caminos que elegir, con múltiples rutas atravesadas, las que nos acercan y nos distancian.

Recojo el guante de redefinir y repensar. Me queda dando vueltas la necesidad de poner boca arriba los conceptos y retomar la discusión sobre el lugar que depara la historia a quienes no viven actualmente en Wallmapu. Lo digo entre sentimientos encontrados. Cada cierto tiempo retumba nuevamente en mis oídos esta animadversión hacia quienes no vivimos en reducciones o no vivimos en los pueblos fronterizos del Chile pos-invasión de la Araucanía. Una especie de maltrato entre familias, porque eso seguimos siendo: familias separadas por algunos cientos de kilómetros.

El concepto de Wallmapu define en cierta medida a la diáspora (o al revés quizás), instaura la frontera entre los territorializados y los des-territorializados, en el sentido poroso de lo propio y lo ajeno. Pero el Wallmapu que concebimos como País Mapuche no siempre ha sido el mismo. La diáspora mapuche sería aquella que no vive o que se ha ido de Wallmapu, pero aquella diáspora no siempre ha sido la misma. Perdonen la repetición de palabras, pero solo quiero poner ahí en duda la estabilidad de los conceptos. Interpretemos un poco la encrucijada.

Cuando el Wallmapu abarcaba la actual IV,V o la Región Metropolitana en Chile, entonces la diáspora mapuche fue la mano de obra esclava que repartieron los españoles por diferentes virreinatos y capitanías. Vidas mapuche de las que perdimos todo rastro. Cuando el Wallmapu ya tenía algunos límites negociados con autoridades coloniales, pero no obstante continuaron existiendo familias mapuche en pueblos de indios al norte del Biobío, entonces la diáspora seguían siendo las personas víctimas de traslados forzados, hombres, mujeres y niños mapuche que se llevaron —de un lado para otro— según el designio de encomenderos. Luego, cuando a las Fuerzas Armadas de las repúblicas chilena y argentina en el siglo XIX decidieron ignorar los acuerdos y parlamentos firmados e invadieron, entonces la diáspora fueron los prisioneros y prisioneras trasladados o repartidos como servidumbre en grandes centros urbanos como Buenos Aires o trabajando en ingenios en Uruguay o Brasil. Vidas mapuche de las que no sabemos nada. Y cuando en Chile el Wallmapu fue reducido a un conjunto de pequeñas hijuelas bajo un título de colonización después de la invasión militar —las llamadas reducciones—, y cuando, por la pobreza y el hacinamiento, se produjo una migración de cientos y miles de personas mapuche en busca de otra forma de vida, entonces nació una nueva diáspora, que en rigor debería llamarse diáspora mapuche posreduccional. Y cuando el movimiento político mapuche ha comenzado a soñar con un futuro para su pueblo, cuando ese movimiento ha sido capaz de nombrar su realidad con ideas propias, cuando ha definido un hogar o un país que quiere recuperar porque ha sido robado, entonces se asume que una buena parte de su gente no está en ese País Mapuche, porque —nos guste o no—hoy se piensa en un Wallmapu constreñido al último tramo de nuestra historia. También, en cierto modo, es un Wallmapu heredero de la colonización o fabricado bajo el impacto de la mentalidad colonial. Puede ser por estrategia o porque se añora los momentos de independencia, pero el Wallmapu de hoy no piensa, no incluye al Pikum Mapu. No es un juicio, solo una interpretación de las tensiones que nos rodean.

Con toda esta larga vuelta, solo queda claro lo movedizos que son nuestros conceptos y lo versátiles que son las experiencias y las vidas de los pueblos. Lo que pensamos hoy tendrá otros sentidos en pocos años más. La diáspora mapuche postreduccional ha forjado historias propias en las ciudades y en Santiago en particular. De ahí la complejidad y profundidad de discutir categorías que emergen de la propia agencia de re-territorializarse, discutir wariache, champuria, mapurbe o incluso la misma diáspora, porque no todo el pikum mapu es diáspora. Existe una larga memoria de küpan propios de este lado que sigue viva y vigente, que sobrevivieron subterráneamente a la violencia colonial y que están lejos de sumarse a esta separación binaria del proceso histórico. La diáspora creo que es un estar en o un vivir en, dependerá de cómo nos vayamos pensando.

Este libro podría estar dedicado a los cientos de miles de personas mapuche que viven en diáspora y que han construido su día a día en ciudades como Santiago. Dedicado porque buscar situar sus historias en la diversidad de historias que tiene nuestro pueblo, en esas bifurcaciones que nos forjaron. Es un libro que indaga en aquel devenir y que nos permitirá anudar o relacionar memorias, vivencias, tanto de quienes hoy se identifican y se levantan sintiéndose parte del pueblo mapuche, como también de quienes han querido olvidar y borrar los vestigios producto del racismo.

Valparaíso, 2021

*Enrique Antileo: Antropólogo, Doctor en Estudios Latinoamericanos