El verano pasado visité casi la totalidad de las reducciones indígenas de la provincia de Valdivia, a propósito del llamado que me hicieran mis hermanos de raza, para postular mi nombre como candidato a diputado; candidatura que, dicho sea de paso, no llegó hasta el final, por una causa muy ajena a la voluntad de los patrocinadores, como lo expliqué ya en su oportunidad.

Por razones de mi profesión disponía de escasísimo tiempo, por lo tanto, fue aquel un viaje relámpago de esfuerzos y sacrificios. A muchas comarcas llegué de a caballo, en bote o de a pie, y a otras encaramado en algún camión fletero y sólo en casos excepcionales en auto.

Solamente quien otro haya hecho alguna vez una gira como candidato pobre o como candidato de las clases modestas, sabe de esta duras y quijotescas andanzas. No en pocas llegué molido y cubierto de polvo y cansado, pero sí siempre animoso, pues, desde mi partida, cada compatriota que encontré en el camino o que visité en las propias reducciones, me manifestó la misma decisión, el mismo anhelo y deseo de contar en las provincias con un representante propio en el Parlamento.

Hasta en los rincones más apartados comprobé que mis hermanos de raza han alcanzado ya una cultura cívica que les hace comprender su verdadera situación y considerar sus deberes para con su propio pueblo.

En todas partes me recibieron con los brazos abiertos y me estrecharon fraternalmente y me contaron sus problemas, me comunicaron sus preocupaciones, sus aspiraciones y congojas. Hombres y mujeres, viejos y jóvenes, aunque no lo crean los escépticos, todos me manifestaron desear sinceramente el progreso, la cultura.

Situación Económica

Los indígenas de la provincia de Valdivia, en general, económicamente están en situación mejor que la mayoría de los indígenas de otras provincias; pero de ningún modo están exentos del problema de las tierras, sobre todo en los departamentos de Río Bueno, La Unión y la comuna de Panguipulli.

Dedican sus predios a la siembra de cereales y a la crianza de ganados de toda especie.

Junto a la “ruca” o a la “casa” cultivan hortalizas y mantienen huertos de árboles frutales. Hay algunos que en realidad son progresistas y, por lo tanto, ricos; manejan maquinarias propias para sus labores agrícolas. Pero, desgraciadamente, estos indígenas progresistas no constituyen la mayoría. He conocido la historia de cómo aprendieron a cultivar sus campos algunos de estos paladines del progreso araucano; alguna vez, cuando me disponga de más tiempo y cuente con los medios necesarios de publicidad, daré a conocer con la amplitud que se merece, cada caso.

Inquietudes y Anhelos

Indiscutiblemente, aunque los escépticos digan lo contrario, los indígenas de Chile tienen sus inquietudes, tienen sus preocupaciones y abrigan anhelos y aspiraciones. Y esto lo comprobé al visitar la ruca más modesta hasta la ruca de piso lustrado. Ya todos comprenden la necesidad de una escuela que les enseñe la técnica agropecuaria en su propio medio; ya todos se dan cuenta que las actuales escuelas rurales incompletas sólo les deja a medio alfabetizar.

Al conversar sobre este tema, más o menos me dijo, a modo de confidencia: lo poco que sé de agricultura, lo he aprendido observando furtivamente, desde lejos, a algún huinca… y cuánto más no habría aprendido en la Escuela agrícola…

La verdad es que el Estado, hasta hoy no ha creado ni una sola escuela que enseñe al indígena a trabajar su terruño.

Estado Sanitario

Es evidente en los indígenas, por constituir un pueblo campesino, están huérfanos de los medios con que otros sectores de la ciudadanía cuentan para la salud corporal. Están en una situación desmedrada en relación con los propios obreros campesinos, los que por lo menos tienen atención médica gracias a la Ley 4054. Es fácil comprender, que su calidad de propietarios (aunque de escasísimos recursos económicos a veces) les excluye de los beneficios de dicha Ley.

En este mi recorrido a través de las provincias, me tocó presenciar varios casos como el que sigue: en un lugar vecino al lago Calafquén. Un indígena ni joven ni viejo, postrado en cama. Teniendo como asistenta a una hijita como de unos diez años de edad, la que a la vez tenía que cuidar a hermanitos menores; la esposa había ido ese día a la ciudad vecina en busca de remedios que el propio enfermo se había auto recetado y que tal vez se podía adquirir con el escaso dinero de su haber. Con gran amargura me manifestó este compatriota: “había pensado consultar a un doctor, porque en realidad no sé qué enfermedad es la que sufro; pero resulta que no tengo el dinero necesario para el viaje para la consulta y para los remedios…”

“Estoy botado ya más de dos meses, la vida se me va; era un hombre muy sano… ahora, ya no tengo fuerzas…”

He aquí, otro problema de este pueblo rural que es el pueblo araucano.

Una Muestra Arqueológica

“Pero no sólo de pan vive el hombre”.

Esta vez estoy en Illihue, a orillas del hermoso lago Ranco, en casa de mi compatriota Feliciano Calfueque, con quien hago recuerdos de nuestros antepasados y converso sobre la cultura araucana y otros temas.

“Sin duda alguna, nuestros antepasados fueron más inteligentes e industriosos y artistas que nosotros, los “indios” actuales, la prueba está aquí”, me dice el compatriota Calfueque, presentándome con verdadera euforia patriótica un cántaro. Agregando luego: “Esto, compañero, no lo hace cualquiera; mire estos dibujos, mire el material que usaban. Este cántaro lo he desenterrado este año, ahora en enero, construyendo un cerco en mi predio, terruño que heredé de mi bisabuelo, el último cacique auténtico de Illihue, y que llamó Manuel Huequelef, muerto a la edad de ciento tres años.”

Al hablarle al Museo Histórico recién organizado en Valdivia, Calfueque, me declaró decididamente: ‘’Voy a obsequiar este cántaro a ese museo, en homenaje a mis antepasados y en forma especial, como recordación a mi abuela Juana María Huequelef Antitray, hija del último cacique auténtico de Illihue. Y sea Ud. el portador.

Domingo Tripailaf

En: La Cultura, año 1, número 1, p.10

Santiago, 1 de diciembre de 1953