Un hecho admirable de nuestra época ha sido, sin duda, la notable fuerza que han adquirido las clases asalariadas. Cada día, paso a paso, sus organizaciones invaden los reductos que fueron, hasta hace poco, de dominio exclusivo de las clases poseedoras de la riqueza.

Sus condiciones de vida, su apreciación como elementos humanos han variado substancialmente.

Para llegar a tal estado es verdad que han tenido que luchar feroz y tenazmente. No en vano ha corrido, a veces, la sangre a raudales. No en vano sus dirigentes han sufrido las peores atrocidades que un ser humano puede recibir.

Viendo la inmensidad de esta obra cualquiera se pregunta: ¿Cómo han podido realizar esta magnífica obra los que nada tienen, sino su cuerpo e inteligencia? ¿Con qué medios han contado para realizarlo?

Sin embargo, la respuesta es fácil: sólo han contado con la “unión férrea y disciplinada” de sus hombres y los sacrificios sin límite de sus dirigentes. Sus organizaciones, ejemplos de unidad y solidaridad, han puesto en jaque a los empresarios más poderosos, y no tan solo a los empresarios, sino también a gobernantes peleles, instrumentos ciegos de los audaces e intereses capitalistas.

Este ejemplo es admirable. Lo bueno es digno de imitarse.

Unámonos. Formemos una institución poderosa que sea la representante genuina de nuestro pasado de glorias y prenda segura de nuestra victoria final.

Formémonos una conciencia de nuestras fuerzas y posibilidades. Estrechemos nuestras filas y depurémosla de los oportunistas y de explotadores de nuestras desgracias.

A los pusilánimes que sueñan con entregarnos en manos de politiqueros winkas, digámosles que nos hemos cansado de promesas, que somos ya “mayores de edad”, que no necesitamos tutores.

Unámonos. Entreguémosle las responsabilidades de esta difícil tarea a los hombres que mayores demostraciones de capacidad, perseverancia y honradez hayan dado y, por nuestra parte, propongámonos cada uno según su capacidad, conquistar un lugar digno, dentro de las actividades de nuestra patria. Pensamos que con nuestra labor estamos labrando el porvenir de nuestra raza y felicidad de nuestros hijos. Que mañana, nuestros descendientes, no tengan que bajar la cabeza o negar su ascendencia, por llevar en sus venas la sangre inmortal y heroica de Caupolicán, Lautaro y Galvarino. Que pronto la palabra “araucano” sea sinónimo de pujanza e inteligencia.

Comprendemos que para realizar toda esta magnífica obra, necesitamos tan sólo de tres factores primordiales: unidad, sacrificio y honradez.

Víctor Manuel Raulí Nahuelpan
En: Heraldo Araucano, número 3, p. 4
Santiago, septiembre de 1941