Joven araucano, no escuches a los maestros de desalientos que pregonan la inferioridad de tu raza y alaban cuando desean sacar algún provecho, valgan para ti lo que este pedazo de suelo agreste que entre vegas y riscos se empina ansiosamente desde el océano a la altísima montaña. Aunque escasamente vives, ten fe. Jamás se he podido asegurar ni [medir] la grandeza de los pueblos por los kilómetros de su territorio o por el oro de su riqueza bruta, ni por el número de sus habitantes, Dios no ha dotado a ningún ser o raza para poseer inteligencia o superioridad para poder juzgar a otra con desprecio, toda esta grandeza y superación reside en sí mismo, [en] cada uno de nosotros; en la fuerza de carácter y firme voluntad de empresa. Ten confianza en el porvenir del futuro, no prestes oído a los pesimistas que viven apegados a actividades ajenas a tu raza.

Si sabes que llevas a tu raza y que es la cifra de mayores destinos, porque en esta vida terrenal se vale por lo que se es y no por lo que se tiene. Raza es la tuya homogénea y fuerte, sangre de guerreros indómitos circula por tus venas. Forjada en el yunque de la adversidad y la pobreza, y es recia y brava porque es la herencia que nos legó el altivo Caupolicán. No escuches, joven, a los voceros de desalientos. No les escuches tampoco si te hablan de las olas contrarias que hoy azotan el barco de la República. No les creas, porque de ti espera nuestra indígena sus días mejores y en vosotros araucanos descansan su esperanza, sed entonces digno depositario de tan sagrada y noble esperanza, que tus hermanos desean ver realizada. Que tu escudo de batalla sea la virtud, que tu brazo esté armado de la constancia, que tu corazón esté encendido de amor por tu raza y a este suelo, [cuna] de tus antepasados y gloria de tus días. Confía con fe irreductible.

No desmayes. Trabaja convencido de que esculpes con tus propias manos el bronce de la historia nuestra, porque es el hombre el que hace la historia y no historia al hombre. Montañeses y costeros somos, firmes como las rocas, leves y soñadores como la ola y como la espuma del mar, arraigado a la quebrada nativa, se nos va el espíritu tras lo desconocido de las ondas, tras la barca azul de los [ensueños] lejanos.

No escuches a los agoreros del mal. Afina, sí, tus oídos a las voces del terruño que para ti se cuaja de flores y se sazona de frutos; oye la voz del agua que para ti se desprende de los agrios peñascales, escucha lo que está susurrando desde años la savia metálica de la montaña.

“Hijo de Chile, te dicen, ten fe, millones de años te hemos esperado, ámanos con constancia, ámanos empeñosamente, ámanos con toda tu inteligencia y todo tu corazón, ámanos triunfalmente y el porvenir será tuyo”

¡Oh hijo de Caupolicán de la montaña y del mar! ámanos con todas las fibras de tu ser

Gilberto Cea Alchao

En: Heraldo Araucano, año II, número 3-4, p. 5
Santiago, julio-agosto de 1941